martes, 21 de junio de 2011

Alto el fuego

Siempre me ha gustado esta viñeta. Como en la vida real, la guerra que se libra en nuestras clases la hacen soldados que no quieren luchar, que movidos por el destino y/o los dioses se ven enfangados en una trinchera donde  no paran de recibir desde arriba consignas con el fin de aplastar al enemigo. Es una guerra antigua en la que el  arsenal armamentístico se va actualizando generación tras generación: El ejército de los alumnos, con más efectivos pero menos organizados, usa la vieja táctica de guerra de guerrillas: atacan con rapidez, sin tiempo a una respuesta eficaz de los profesores,  y vuelven a esconderse en las montañas del anonimato, desgastando psicológicamente a las tropas docentes. Se comunican por notitas indetectables para el ojo del profesor y sus mejores armas son las bebidas con cafeína, las gomas y un secreto sistema de bloqueo auditivo, con el cual toda amenaza del enemigo que entra en el oído interno del alumno no llega al sistema nervioso central, sino que es sacada del organismo por el oído contrario, sin secuelas aparentes para el joven combatiente.

Por otro lado, el bando de los profesores dispone de un reducido cuerpo de élite curtido en mil batallas. Su especialidad es el combate a campo abierto, donde se encuentran más cómodos. Se ve al enemigo con facilidad y desde que aparece en el punto de mira está perdido: Ráfagas de gritos, miradas letales, golpes en la mesa y las temidas notas para devolver firmadas por los padres. Los hay que llevan treinta años en una guerra perdida en el tiempo, y los hay que acaban de salir de la escuela de adiestramiento docente. Pero todos tienen en común que un día abandonaron el bando de los alumnos, y como crueles desertores conocen sus trucos y en muchas ocasiones se anticipan a las escaramuzas de los mismos.
Es un mundo muy romántico, pero solo en las películas. En la vida real, las guerras reales y las escolares queman mucho, demasiado;  si no te convierten en una despiadada máquina de dictar, es porque antes te mandan al psiquiátrico. Yo creo, y espero que ustedes también (alumnos a los que va dirigido esta capitulación, por cierto), que no hay nada más bonito que firmar un tratado de paz, un armisticio,  una tregua, pasar página o como quiera que se diga. Es 21 de junio de 2011 y hace falta un alto el fuego. Tengo entendido que los soldados de ambos bandos están desmoralizados, apenas queda munición, y el calor es asfixiante. Yo por mi parte les propongo reunirnos en una mesa de negociaciones y llegar a acuerdos. Acordar la paz e irnos a casa.
Porque en el fondo aquí no hay enemigos, los creamos en nuestras cabezas. Con qué simplicidad lo expresó el autor de la viñeta: Ni enseñar es atacar ni aprender es resistir. Parece que vivimos con más pasión cuando creemos tener algo en frente que nos impide avanzar, pero no tiene por qué ser así. ¿Cómo pueden ser los alumnos mis enemigos si no puedo vivir sin ellos? ¿Cuántos profesores seguimos recordando con un cariño especial?
He tardado unos años en entender esto que escribo en pocos minutos. Un profesor no puede entrar en una clase a la defensiva, con ganas de que pase la hora lo más rápido posible. Lo mismo un alumno no puede pasarse la mañana resistiendo, sintiéndose en una cárcel. Las dos actitudes sólo conllevan dilapidar el futuro, tanto del profesor como del alumno. Yo por lo pronto les digo que he disfrutado dándoles clase, que he cogido cariño hasta al más golfo de los golfos. Me gusta la asignatura que doy y espero que alguna de mis explicaciones se les haya quedado en la cabeza. Y una última cosa que no suelo decir por ahí, que gracias a ustedes soy un poco mejor profesor. Pero sólo un poco, no se consientan mucho…
Eso es todo, por mi parte firmo el alto el fuego. Puede que en septiembre esta tregua se rompa y volvamos a la guerra. No me cojan rencor por ello. Mientras tanto disfruten del verano, no piensen mucho y acuérdense de vez en cuando del profe de naturales.
La guerra ha terminado. ¡Viva la paz!

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