lunes, 30 de diciembre de 2019

El silencio de las tabaibas

Hyles tithymali tithymali
Cuando escuchamos la expresión “mala fama” suele venirnos a la mente un antiguo compañero de colegio, las cervezas del Mercadona o la vida privada de algún político… 


Tal vez sea por sus hábitos crepusculares, o tal vez por la asociación con “El silencio de los corderos” donde Anthony Hopkins introducía una pupa de esfinge calavera en la garganta de sus víctimas, pero lo cierto es que lamentablemente las mariposas nocturnas gozan de pésima reputación.



Como buena acción navideña intentaré lavar la imagen de estos esquivos insectos, contándote un poco acerca de los encuentros que he tenido con la esfinge de las tabaibas, endemismo canario, en la isla de La Gomera. 


De junio a septiembre puedes ver grupos de orugas devorando los tallos tiernos de diferentes especies de tabaibas. Sus colores chillones advierten a posibles depredadores del veneno que alojan en la piel, compuestos tóxicos de la tabaiba a los cuales son inmunes (pincha en el vídeo).



Incluso si las molestas un poco, cosa que solemos hacer los humanos, responde regurgitando un verde e irritante licor de tabaiba. Estos ejemplares estaban dándose un banquete el 23 de mayo de 2019 en el camino que va de Arure a la Mérica, en Valle Gran Rey. 

A la derecha, expulsando el veneno verde.



Tras alcanzar un tamaño considerable, más de diez centímetros, bajan al suelo y se entierran para afrontar la siguiente fase de su ciclo vital, la de pupa. 


Por mucho que nos hablaran en el colegio acerca de la metamorfosis de algunos insectos, me sigue pareciendo casi imposible asociar la oruga y la mariposa como ejemplares de la misma especie. Tanta belleza y extravagancia artrópoda choca con nuestro conservador sentido común.


Aunque la esfinge es de hábitos nocturnos, a veces tienes la suerte de encontrarte un ejemplar a pleno día, desorientado o moribundo. Eso fue lo que me pasó el 3 de octubre de 2018 subiendo del casco de Vallehermoso a las cumbres de Chijeré. Sorprenden sus grandes dimensiones (hasta 7 centímetros de envergadura alar) y el suave tacto aterciopelado de sus alas. 




Aunque el tabaibal no se encuentre tan degradado como otros ecosistemas insulares, escasea en los entornos urbanos, lo que hace que la esfinge de las tabaibas sea una completa desconocida para la mayoría de la población canaria. 


Ojalá diéramos un empujoncito a nuestra excepcional biodiversidad sin necesidad de volver a vivir en cuevas. Algunos ayuntamientos están replantando flora autóctona en los jardines municipales, y con ella están volviendo a dar vida herrerillos, mosquiteros y tizones. 


Quién sabe, puede que llegue el día, o más bien la noche, en que sacando al perro nos crucemos a una esfinge de las tabaibas navegando la oscuridad, apetitoso bocado (la toxicidad se quedó en la fase de oruga) que tal vez atraiga la atención de alguna hambrienta coruja, búho chico o murciélago orejudo. Cosas de la cadena trófica. 

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