El último día de clase. Te pasas el año deseando
que llegue y ahora que toca a la puerta
de 2ºC lo recibes con la voz entrecortada. Porque sabes qué va a pasar: llega
el descanso, el sol, las tardes silenciosas, pero también tienes la certeza de
que cuando toque el timbre algo se habrá terminado.
Hace tiempo comprendí que la madurez se alcanza el
día en que aprendes a perder cosas. Nos pasamos la vida perdiendo libros, amigos,
familiares. Hasta a veces perdemos el amor. Yo nunca he encajado bien eso; la rabia, la frustración, me pueden. Por eso,
a pesar de mis 30 años, sigo siendo un adulto inmaduro.
La teoría está bien, la tengo memorizada, pero de
poco sirve si no la llevas a cabo. Debemos aceptar la muerte como el
complemento perfecto para la vida. No la saborearíamos con tanta intensidad si
fuera eterna. ¿O te imaginas que el amor durara siempre? No estaría mal, pero
prefiero infinitamente un flechazo en el patio del colegio, el golpetazo de la
sangre subiéndote a la cabeza, el despertarte un día y saber que la ilusión ya
se ha ido. Son cosas maravillosas por ser fugaces, no pueden durar siempre.
El mundo funciona así. Nada en la naturaleza es
eterno, salvo Dios, pero él no existe. No intentes aferrarte a algo porque lo
perderás algún día. Un día perdiste la chupa, otro perdiste la inocencia, un
día perderás a tus padres y otro perderás la ilusión. Todo parece muy negativo,
¿verdad? Pues no, eso depende de ti.
Trata de dar la vuelta a la tortilla. ¡Inténtalo! Asume que no eres
inmortal y disfruta de todas esas
personas, cosas, momentos... con locura. Y cuando las pierdas, sonríe satisfecho.
No te queda otra.
Con ustedes me pasa lo mismo. Hemos pasado un buen
año. Desde el principio no encontré ningún muro, al contrario, lo construimos
pero no para separarnos, sino para subirnos encima de él y mirar y reírnos. Me
he enfadado con ustedes, ustedes se han enfadado conmigo. Han aprendido a leer
mi mirada y a especular qué me pasa.
Yo he hecho lo mismo y por eso nos conocemos tan
bien. Pero tenemos que despedirnos.
Porque como dije al principio, todo llega a su
fin. Les prometeré que no les olvidaré, pero tal vez lo haga. Ustedes jurarán
lo mismo, pero en la orla de cuarto de la ESO no seré más que aquel zumbado que
les daba naturales. No sé que se llevarán de mí, pero yo les aseguro que me
llevo más de ustedes, porque simplemente se aprende más de diecinueve que de
uno.
De ti me encantó cómo a veces te puede la cólera,
como al increíble Hulk. De ti aprendí frases de película, y que un hombre
también puede llorar en clase. De ti que tus ojos de gata pueden inspirar miedo
y ternura a la vez, y algo que todavía trato de descubrir.
De ti admiro la abrumadora energía que desprendes,
sobre todo por la boca. De ti aprendí a sentenciar conversaciones con una frase
breve, pero contundente.
Tú me enseñaste que sólo a una persona brillante
le quedan bien unos aparatos brillantes. Tú eres el ejemplo viviente de cómo
las adversidades te han hecho mejor persona. Tú eres una persona tranquila y
alegre, reflexiva pero con ritmo, no conozco a nadie así.
De ti me sorprendió que tras esa máscara de
chulería se escondía una bellísima persona. Tu lealtad llegó tan lejos que
dejaste al Barça para hacerte del Atlético, sólo por mí. De ti aprendí que los
cambios de humor son la sal que necesitan todos los días. Y tú, simplemente
eres imprescindible.
Por suerte tengo un trabajo “de cara al público”,
de esos que no aburren pero te pueden dejar tocado. Y yo sigo cuerdo porque
existen personas como ustedes, pero también parte del mérito es de esos
compañeros que me aguantan en el patio, que han ayudado a conformar al profesor
que les escribe esto. Si les quiero tanto es porque trabajo junto a una
profesora cuyos alumnos son sus hijos.
Si les escucho es porque otra profesora me escuchó y así vi cómo se escuchaba.
Si reconozco mis equivocaciones es porque yo no pensaba que la gente bonita por
fuera llegara a serlo también por dentro. Pero me equivoqué y lo reconocí. De
un profesor que ya no está recuerdo sólo una frase: “Si no echamos para
adelante a ese hijo de puta, ¿quién lo va a hacer?” Todavía se me pone el pelo
de punta al recordarlo… De otros no he aprendido nada, salvo el no ser como
ellos.
¿Ven? Nos despedimos pero estoy contento. Estoy
empezando a encajar las pérdidas, o por lo menos lo disimulo muy bien… Llevo un
rato buscando una última frase, pero ninguna está a la altura de las
circunstancias. Sólo les digo que ojalá siga conociendo a chicas y chicos como
ustedes. De verdad.
Esto no se hace... :( Te quiero muchísimo profe, yo no te voy a olvidar en la Orla.
ResponderEliminar¡Todos con la Chamorro-afición!
ResponderEliminarProfe, ¿tú crees posible lo que nos hiciste pasar en clase? ¡La primera vez que lloro, y lo hago con un hombre que dice que las rubias son tontas! Ni cuantas lloreras :') ¡Te quiero! Paaaaaaaaaatri<3.