lunes, 16 de julio de 2012

Comunicación y gafas de sol


Cuando pensamos en la teoría de la evolución nos vienen a la mente ideas como “el más fuerte” o una pirámide coronada por el ser humano. Son visiones muy limitadas de la realidad, que por desgracia han sido caldo de cultivo de racismos y xenofobias. El pobre Charles Darwin nunca hizo énfasis en especies más evolucionadas, sino en especies mejor adaptadas (ni mejores ni peores). Alrededor de las 30 millones de especies de seres vivos que habitan en la Tierra son las más evolucionadas (más que sus ancestros muertos o extintos) porque son las últimas en llegar, simplemente. La adaptación es otra cosa, y se explica por sí sola: un pingüino emperador es el vertebrado mejor adaptado para soportar los gélidos vientos del continente antártico, y las arqueas (familia de las bacterias) son las mejor adaptadas a vivir en los geiseres ácidos e hirvientes del parque nacional de Yellowstone. Pueden soportarlo porque su ADN (una especie de currículum molecular) les diferencia del resto.

Sin ser presuntuoso, nuestra especie tiene el mérito de ser la que más se ha adaptado a vivir en un mayor número de ambientes terrestres (incluso extraterrestres, como la ISS o los módulos lunares que se posaron en la Luna): Vivimos en zonas desérticas, tropicales, polares… en los lugares más extremos que se puedan imaginar (¡hay gente que vive en pisos de 10 metros cuadrados!)  Pero, ¿a qué se debe tanta adaptación? ¿Tenemos células que cambian sus propiedades dependiendo del medio? A simple vista no parecemos los animales más resistentes del planeta, y tal vez esa aparente debilidad sea la clave de nuestra adaptación: Éramos tan poca cosa, unos primates tan tristes que teníamos que trabajar en equipo, construir cosas juntos para poder sobrevivir. No era una cuestión ética, cooperar (bueno) frente a la individualidad (malo), se trataba de  una cuestión de supervivencia. Los que se apoyaron unos sobre otros no fueron víctimas del frío o de los depredadores, pudieron llegar sanos y salvos a la cueva, no morir y tener descendencia a la cual transmitir esas mejoras adaptativas. Los que pasaron, los que iban a lo suyo, acabaron en la panza de un tigre dientes de sable…


¿Pero cómo un bicho parecido a un lémur pudo acabar llorando con “Los puentes de Madison”, diseñar y construir pirámides, o encontrar el bosón de Higgs tan sólo en unos cuantos millones de años?

Como digo a mis alumnos de primero, hacen falta dos ingredientes: tiempo y mutaciones. Suena a X Men eso de las mutaciones, pero es lo más normal del mundo. Ocurre cuando se da un error en la transferencia de la información hereditaria de una generación a otra (nacer con seis dedos en el pie, con los ojos azules en una familia “castaña”, negro en la familia más blanquita del mundo, aunque esto último se puede conseguir por otros medios), de tal modo que existe una “novedad” en la especie. La mayoría de las veces las mutaciones son letales (nacer sin piernas, sin algún órgano vital) y el individuo muere sin dejar descendencia (la mutación no se hereda). Pero muy de vez en cuando la mutación le resulta provechosa al individuo y éste puede beneficiarse de ello, tener más posibilidades de sobrevivir y por lo tanto de tener descendencia y heredar a ésta su mutación. En este caso se habla de una novedad evolutiva.

Millones de años de mutaciones encadenadas dan forma a la evolución de las especies, y hacen que yo pueda escribir esto y que tú lo estés leyendo, en lugar de estar quitándonos pulgas de la cabeza.

¿Pero qué mutaciones permitieron que las especies del género Homo pudieran tener esa capacidad de socialización tan especializada dentro del reino animal?

Buff... yo sólo soy experto en perder el tiempo, así que tampoco me hagas mucho caso, pero por encima, los grandes hitos en la conformación del H.Sapiens han sido:

· Postura bípeda, espalda erguida. Algún abuelo de la zona de Etiopía nació con la espalda apuntando “parriba”, y así pudo ver los peligros desde más lejos y algo más trascendente… tuvo las manos libres para coger cosas, para comunicarse…

· Pulgar oponible. ¿Te imaginas tener el pulgar orientado del mismo modo que el resto de los dedos? Intenta coger algo con los otros cuatro, te sentirás torpe sin esa “pinza” que le nació a una tatatarabuela allá en los tiempos de la sabana africana…

· Aumento del encéfalo y su complejidad. Un incremento en la ingesta de proteínas e hidratos de carbono permitió a nuestros ancestros el desarrollo de la inteligencia y del “área de broca”, región del cerebro relacionada con el lenguaje.

· Modificación del tramo superior del conducto respiratorio (faringe, laringe con sus cuerdas vocales, cavidad nasal y oral), pudiendo modular sonidos y crear sílabas.  Desde entonces algunos no han parado de hablar…

Tener más inteligencia que el resto de los animales está bien, pero no basta para destruir el mundo como estamos haciendo en la actualidad. Gracias a estas novedades evolutivas estuvimos preparados para “comunicar” el conocimiento, para almacenarlo y transmitirlo a través de las generaciones, para crear la tecnología que nos ha hecho vivir en los lugares más inhóspitos. Tuvimos las manos libres para construir, pero también para comunicarnos con ellas; con las cuerdas vocales y el área de broca pudimos coordinarnos mejor a través del lenguaje. Por primera vez, el trabajo de diez humanos comunicándose fue cualitativamente diferente al de diez humanos trabajando por libre. Es lo que se llama “propiedades emergentes”: La gente viviendo en sociedad pudo hacer cosas que eran imposibles desde el punto de vista individual.

Y es que los homínidos somos especialistas en comunicación. Con los cientos de músculos que tenemos en la cara somos capaces de transmitir ideas, ¡sin abrir la boca! (A veces sabes qué va a responder una persona sólo con verle la cara…) Con la comunicación gestual podemos levantar los brazos al cielo, abrir las palmas de las manos y decir “me comí un perrito así de grande”. Este énfasis da al lenguaje oral una información extra que nos sirve de mucho en la vida cotidiana.

Hasta el blanco de los ojos tiene función comunicativa. Somos la especie animal con una mayor proporción de blanco con respecto al iris y la pupila. Gracias a este fondo blanco podemos hablar con los ojos, ya que se crean un gran número de movimientos a realizar con la parte colorida de los mismos. Puedes señalar, evitar una mirada, mostrar interés, etc.

Sé sincero, ¿Cómo entiendes mejor a un amigo? ¿Cuándo se escriben un wasap? ¿Cuándo hablas por teléfono? ¿O cuando hablas en persona? Más que por todo lo dicho anteriormente, por experiencia diaria, queda claro que de la última forma. ¿Qué buena excusa para quedar, no?

Pues parece que todo este rollo que me he botado no sirve para nada. Cada vez hay más gente que se bajan del tren de la evolución y se desadaptan… Vete a una cafetería, a un bar y fíjate en las parejas o en los grupos de amigos: Sentados unos frente a otros (menos mal), pero portando grandes gafas de sol y con la cabeza ligeramente orientada hacia abajo, mirando un móvil sujeto con las dos manos. ¡Les falta un casco!

Me fascina ver ese tipo de personas en las cafeterías, incluso yo he tenido simulacros de conversación con gente así. Me dan ganas de acercarme y comentarles que pueden quitarse las gafas, que sus retinas están a salvo de la radiación ultravioleta, que hace sombra... pero nunca lo hago. Hablar a unas gafas de sol es una experiencia desconcertante, desaparecen los ojos y todo el poder comunicativo que portaba. No sabes si se están durmiendo, si miran a otro lado… Te sientes desnudo, vulnerable frente a esa pantalla inexpresiva. A veces son tan grandes que tapan una buena parte de la cara, la que bordea a los ojos, desapareciendo las expresiones de sorpresa, de ironía, de empatía…

¿Pero tendrán las manos para compensar esa pérdida de comunicación, no? Pues tampoco! En lugar de usar las manos como un político para tratar de convencerte, los dedos se dedican a poner “me gusta” a los comentarios de otros amigos en el facebook, o a responder a cuatro conversaciones de wasap a la vez…

Pero eso sí, hablan contigo, pero como hablan los espíritus, desde otra dimensión, con un tono pausado, sin entonaciones. Ahí es cuando yo bebo un trago de cerveza para llevar mejor la situación. O dos.

Amigo, alumno, compañero, yo soy el primero que a veces caigo en esas tentaciones. Deberíamos de vez en cuando apagar el ordenador, bajar a la calle, dejar el móvil en casa. Preguntar la hora a la doña que pasa por la plaza, decirle que no fumas al tipo que te  pide tabaco, decirle a los niños que como la pelota te roce se la vas a meter por el.., poner cara de asco al café templado que te acaban de poner o mirar asombrado a la china que te habla español en chino.

Así, al comunicarte, te sentirás más humano. Y cuando mires a los ojos a una persona e intentes adivinar algo, te darás cuenta de que ni Darwin ni la naturaleza se equivocaban, y que millones de años de evolución han llevado su tiempo, pero merecieron la pena.

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