Tranquila,
no te voy a hablar de vegetarianismo ni veganismo. Aunque respeto a las
personas que practican ese tipo de dietas y veo sentido a algunos de sus
postulados, no van conmigo. Me encantan las costillas de Casa Tomás, las
albóndigas de mami Loly, los perritos embostados del Perrito Peporro que está
debajo de mi casa, y sí, he de reconocerlo, flipo con esa joyita del
capitalismo salvaje que se llama Big Mac…
Solamente
voy a hablarte del impacto global de la producción de carne sobre el medio
ambiente y la sociedad. A simple vista, desde los entornos urbanos en que
vivimos, la ganadería o el pastoreo nos sugieren una imagen “natural” y
“verde”, alejada de la contaminación de la industria o el tráfico. Por
desgracia, las vacas de los anuncios no tienen nada que ver con la realidad.
Profundicemos con algunos datos.
Fíjate
lo grande que es el sector pecuario (cría de animales para el consumo de su
carne u otros productos que generan), que da empleo a 1.300 millones de
personas en el mundo y son la clave de
la supervivencia para 1.000 millones de pobres.
Es
una actividad humana que genera impactos sobre nuestra salud, ya que condiciona
nuestra dieta. Pero antes de hablarte de ello, veamos cuáles son sus efectos
sobre los ecosistemas de la Tierra:
Impacto sobre el suelo. La
ganadería es la actividad humana que ocupa una mayor superficie de tierra. El
área destinada a la producción forrajera (alimento para los animales) representa
el 33% del total de tierra cultivable. En total, a la producción ganadera se
destina el 70% de la superficie agrícola y el 30% de la superficie terrestre.
Arepa de mechada y queso en el Punto Criollo/Cultivo de soja en el Amazonas para alimentar al ganado |
Eso
significa que la ganadería produce deforestación: El 70% de las tierras de la
Amazonía que antes eran bosques hoy han sido convertidas en pastizales, y los
cultivos forrajeros cubren una gran parte de la superficie restante.
Y
desgaste: El 20% de los pastos y prados del mundo, un 73% de los cuales están
situados en zonas áridas, presentan algún tipo de degradación causada por el
sobrepastoreo, la compactación y erosión resultantes de la acción del ganado.
Impacto sobre la atmósfera y el clima. Los
animales y sus desechos emiten gases de efecto invernadero (GEI). El sector ganadero es responsable del 18% de
las emisiones de estos gases, un porcentaje mayor que el correspondiente a los
medios de transporte. Emiten un 37% del metano y un 65% del óxido nitroso antropogénico, 23 y 296 veces más potentes que
el CO2, respectivamente. Otra fuente de GEI es la destrucción de
bosques para su conversión en zonas de pastoreo y tierras de cultivo destinadas
a la producción de alimentos para el ganado.
Impacto sobre el agua. El
sector pecuario gasta un 8% del agua consumida a nivel mundial, principalmente
para irrigación de cultivos forrajeros. Pero también está detrás de la
contaminación de los ecosistemas acuáticos por eutrofización (nitratos,
fosfatos y estiércol que acaban en el agua), generando ambientes anóxicos
incompatibles con la vida. Además genera problemas de salud por consumo de
agua contaminada con restos de animales.
A los acuíferos afecta también, impidiendo su recarga ya que la
compactación del suelo que producen los animales reduce la infiltración del
agua. Este fenómeno junto con la
deforestación que cité antes incrementan las aguas de escorrentía, provocando
inundaciones y erosión del suelo.
Impacto sobre la biodiversidad. El
30% de la superficie terrestre que ocupa hoy el sector pecuario estuvo antes habitada
por fauna salvaje. De los 35 puntos calientes para la biodiversidad, 25 de
ellos están afectados por la producción ganadera. La mayoría de las especies
amenazadas en el mundo se ven sometidas a pérdidas de hábitats debidas a la
actividad ganadera.
Está
claro que el impacto sobre los ecosistemas naturales del sector ganadero,
aparte de ser negativo, se incrementará en los próximos años, dado que la
demanda de carne en 2050 será más del doble que en el año 2000. Ahora bien,
¿esta destrucción está justificada en términos de supervivencia humana? Veamos.
El
aumento de ingresos y la urbanización después de la Segunda Guerra Mundial dispararon
el consumo de carne en los países ricos. Las consecuencias a escala global, son
tristes y desiguales: el número de personas con sobrepeso (1.000 millones) ha
superado al número de personas desnutridas (800 millones). Esos chuletones de
más están detrás de enfermedades crónicas que citaré más adelante.
Según
las indicaciones de la Organización Mundial de la Salud, OMS, el cuerpo sólo
necesita alrededor de 0,8 g de proteína por kg de peso corporal. La mayor parte
de estas proteínas deberían ser aportadas por alimentos vegetales, como las
leguminosas.
Las
nutricionistas recomiendan el consumo de 3 a 4 raciones (de 100-150g) semanales
de carne. La OMS sugiere que la energía proveniente de las grasas en un régimen
alimentario sano no exceda el 30%.
Sin
embargo, las estadísticas vuelven a mostrar, nuevamente, una realidad excesiva
y desigual. Los habitantes de los países ricos no hemos dejado de aumentar
nuestro consumo de proteínas animales en las últimas décadas. Entre 1980 y 2002,
mientras el porcentaje de proteínas animales del total de proteínas ingeridas
en los países ricos se ha estabilizado en un 52%, en el África Subsahariana
disminuyó del 18 al 16%. La industria de la carne refleja las desigualdades
sociales en el planeta.
Las
proteínas, grasas, minerales y vitaminas de la carne son fundamentales para
mantenernos vivos. Pero no es la única fuente de estos nutrientes: salvo la
vitamina B12, las frutas, verduras y semillas pueden satisfacer todas nuestras
necesidades nutricionales. Que la mayor parte de las proteínas de nuestra dieta
provengan de animales, un 52%, no sólo es un despilfarro ecológico, sino también
implica jugar a la ruleta rusa con nuestra salud.
Porque
ya desde el colegio nos llevan machacando con la pirámide alimentaria, con que
las proteínas de la carne tienen una compañera de viaje incómoda, las grasas. Pero más allá de las lecciones y la
estadística, todos los patrones de consumo occidentales que te he comentado más
arriba se manifiestan de forma real en nuestros cuerpos. Una forma sencilla,
aunque simplificada, de evaluar esos efectos es calcular nuestro Índice de Masa
Corporal. Coge tu peso en kilogramos y divídelo dos veces por tu altura en
metros (en mi caso 70kg/1,70m/1,70m= 24,2). Si te da entre 20 y 25 no tienes
problemas de peso. Entre 25 y 30 tendrías sobrepeso (yo lo rozo), y por encima
de 30 serías una persona obesa. Las personas encuadradas en estas dos últimas categorías,
el 40% de la población española, tienen mayor riesgo de sufrir diabetes,
hipertensión, enfermedades cardiovasculares, ciertos tipos de cáncer como el de
colon y artritis.
Pues
así está el patio. Con todo lo que he expuesto en este repaso me atrevo a
afirmar que el actual modelo de consumo de carne occidental es insostenible, injusto,
innecesario e insalubre.
Tenemos
que reducir nuestro consumo de carne si queremos ser más sostenibles. Existen
iniciativas interesantes como los lunes sin carne; también (aunque es un poco
disparatado lo que voy a decir) a veces viene bien escuchar al médico de
cabecera o los consejos de las autoridades sanitarias sobre nutrición y dieta.
O simplemente afloja y ¡no te jartes como un cochino!
Fuentes:
Genial el artículo pero tengo dos quejas importantes. Primero, que no se incluya un apartado sobre el maltrato animal. Si el análisis político de un modelo de producción no tiene en cuenta, no sólo el desequilibrio medioambiental o nuestra salud, sino el sufrimiento a gran escala de personas, sino también del resto de animales, apaga y vámonos. Segundo, que se desubique a este texto del contexto del vegetarianismo o el veganismo. Sé que es un tabú en cierta parte de la izquierda, le ocurre algo así como al feminismo: se hace todo antes de usar la palabra, se le considera más molesto que cualquier otra cosa. Yo hace tiempo que reduje y eliminé muchísimos productos de origen animal (no sólo la carne, pero principalmente), y por ello he recibido muchas críticas agresivas, casi siempre por parte de personas de izquierda. Debe haber algo muy pero que muy molesto en cuestionar hábitos tan arraigados (otra vez me recuerda al feminismo). Cuándo me preguntan por qué soy vegetariana, (palabra que suelo utilizar para definirme, a pesar de que creo en el consumo de animales, pero en absoluto desde nuestro modelo actual de consumo), respondo que es porque soy anticapitalista. ¡Me miran estupefactxs! Y en cuanto pueden, critican las veces en que no fui coherente con fiereza, y curiosamente no les importa un rábano que ponga gasolina en el coche, haya consumido en inditex o lo que sea. Les hiere tener carne en su plato y pensar que se tendrían que sentir culpables por ello. Mi plato sin carne, aunque yo no haya dicho nada de nada, ya les pone en cuestión.
ResponderEliminarYo, mientras tanto, sigo tratando por todos los medios de comemerme un pescadito pescado por la cofradía, y de no comprar ni una sola lata más de atún, esperando que estos temas dejen de tratarse con sarcasmo, ironía, agresividad, menosprecio, etc. (tal y como sufro el feminismo).
Me parece terrible que aún haga falta artículos de estos para ver la relación entre industria de la carne e insostenibilidad (medioambiental y moral). Al tiempo, me alegro mucho de que alguien los escriba.
P.D.A mi también me gustan las albóndigas de mi abuela, pero creo que las opciones políticas necesitan de una justificación superior a esa...