Casiopea |
La noche del 12 al 13 de agosto era en teoría la más propicia para presenciar las “lágrimas de San Lorenzo”, o Perseidas para las más profanas. Esta lluvia de estrellas es la más conocida de todas, aunque no la más espectacular. Ese mérito se lo llevan las Gemínidas en diciembre, pero pocas son las valientes que se atreven a pasar un par de horas a la intemperie de las madrugadas invernales.
Todas las noches hay estrellas fugaces, pero el pasado miércoles podían verse hasta dos por minuto. El responsable es el cometa Swift-Tuttle, una gigantesca mole que en su viaje por el Sistema Solar va dejando una estela de pequeños fragmentos de hielo y polvo. Cuando la Tierra se cruza con los restos del cometa, siempre a mediados de agosto, hace que éstos entren en la atmósfera, desintegrándose por la velocidad y el rozamiento con el aire. Desaparecen con un fogonazo de luz que da lugar a la estrella fugaz.
Tenía pensado subir al Parque Nacional del Teide, ya que la contaminación lumínica es menor que en el área metropolitana (aunque sigue existiendo, lamentablemente). Sin embargo se declaró alerta por tormenta eléctrica en toda la isla esa noche y la siguiente, por lo que decidí no arriesgarme a coger el coche.
Aún así aproveché el termo de café con leche y desde la azotea me dispuse a contemplar los cientos de rayos que cayeron durante varias horas entre Tenerife y Gran Canaria. Si quieres saber cómo se generan estas descargas de electricidad te recomiendo una serie de artículos bastante didácticos sobre el tema. Aquí te dejo una foto que saqué.
A pesar del espectáculo que presencié con la tormenta eléctrica, me quedé rascado por no poder ver las Perseidas. Aproveché la mañana siguiente para comprar un intervalómetro, un dispositivo que se acopla a la cámara y te permite programar una sesión de fotos sin la necesidad de estar disparando manualmente.
Porque cuando quieres fotografiar estrellas fugaces tienes que sacar cientos de fotos al cielo nocturno con la esperanza de que en una de las imágenes hayas capturado el destello. Puedes tomar las fotos una a una, durante varias horas, con temperaturas rozando los cero grados Celsius, o usar un intervalómetro con el que dices a la cámara que saque 200 fotos durante una hora.
Al final subí a Izaña dos días después del máximo de actividad, la noche del 14 al 15 de agosto, justo cuando miles de personas peregrinan a Candelaria para ver a la Virgen. Muchas de ellas, pertrechadas con linternas y bastones, atravesaban la cumbre desde el norte de la Isla para bajar finalmente por el Valle de Güimar.
Durante la observación tenía unas expectativas altas por experiencias pasadas. Hace dos años capté una bonita estrella fugaz de las Gemínidas cerquita de la constelación de Orión, cuando no tenía intervalómetro y me pasé varias horas sacando fotos manualmente.
Sin embargo, a veces la tecnología no sirve de nada sin un poco de suerte, o azar para ser más científico. A pesar de que mi retina disfrutó de unas 10 estrellas fugaces, mi cámara no pudo captarlas, bien porque no aparecieron en la región hacia donde apuntaba, o tal vez porque brillaron durante el intervalo entre una foto y la siguiente.
Bueno... estrellas fugaces en la tarjeta de la cámara ninguna. Pero cuando me dispuse a ver las imágenes al ordenador a la mañana siguiente vi algo alucinante. En cuatro fotografías seguidas aparecía un destello similar al de una estrella fugaz. Entre la duración de cada foto (unos 10 segundos de exposición) más el tiempo entre fotos, la luz debió durar un par de minutos, por lo que descarté que fuera una estrella fugaz, de apenas un segundo de duración.
Un avión tiene una velocidad similar, pero no enciende y apaga las luces por la noche cuando le da la gana. También quedó descartado.
Ojalá hubiera sido un OVNI. Nunca olvidaré el póster que el agente Mulder de Expediente X tenía pegado en el despacho: un platillo volante con la frase “I want to believe”. Dado lo vasto del Universo es bastante probable que exista vida extraterrestre. Incluso en forma de civilizaciones inteligentes.
Tras unos minutos divagando sobre mi primer contacto con los primos de E.T., la parte racional de mi cerebro me dio un bofetón de realidad: Se trataba de un satélite artificial.
Existen miles de artefactos humanos orbitando alrededor de la Tierra, como la Estación Espacial Internacional, el telescopio Hubble y montones de satélites de comunicaciones o meteorológicos. Pueden ser vistos sin necesidad de prismáticos cuando reflejan el brillo del Sol durante los minutos en que se forma el ángulo preciso, existiendo páginas web que hacen previsiones de sus avistamientos.
Fue así como descubrí que el objeto volante anteriormente no identificado era en realidad el satélite meteorológico Envisat de la Agencia Espacial Europea. La información de la web coincidía con la hora y posición: 00:10 horas, entre el Oeste y el Norte, a la izquierda de la Osa Mayor.
Este cacharro de 8 toneladas fue lanzado el 1 de marzo de 2002 con el objetivo de recopilar datos sobre el calentamiento global, la contaminación atmosférica y la previsión de desastres naturales. Por motivos desconocidos, el 8 de abril de 2012 se perdió toda comunicación con el satélite, dándose por concluida la misión.
Desde entonces esta enorme chapa metálica vaga errante por el cielo, confundiendo a gente incauta; haciéndose pasar por los escombros de un cometa o las luces de posición de una nave nodriza marciana.
En agradecimiento por no haberme hecho perder la noche de observación, haré la vista gorda y le daré corazón a este hombre de hojalata: A partir de hoy tiene para mí el título de estrella fugaz, lágrima de San Lorenzo.
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