Galileo enseñando a los cardenales los cráteres de la Luna |
La investigación científica en la Antigüedad, junto con la acumulación
de conocimientos que originaba, no paró de darse de bruces con las ideas, personas
e instituciones que en aquellos momentos explicaban la realidad bajo el prisma
del mundo de las creencias. Al ser más instintivo y antiguo este último
enfoque, siempre estuvo más consolidado en la sociedad hasta tal punto que impregnó
las estructuras del Estado, desde el sistema educativo, pasando por la justicia
hasta el gobierno en sí. Basta recordar el ejemplo de Galileo, un científico
aislado, sin institución alguna que lo amparara, contra todo un peso pesado
como el Santo Oficio de la Iglesia Católica del siglo XVII. En la actualidad
parece que esa pugna está bastante igualada. Desde la revolución científica que
comenzara en el siglo XVI, el campo de la ciencia camina por un suelo firme,
pareciendo que en algunos momentos arrincona al campo de las creencias, cercando
el ámbito de actuación de éste último.
¿Pero ciencia y creencias deben estar siempre en conflicto?
¿Desaparecerá la lucha cuando una de ellas gane a la otra? Es cierto que la
beligerancia histórica que ha existido contra la ciencia produce una reacción
de autodefensa por parte de las que provenimos de dicho ámbito, atacando de
forma equivocada (a continuación lo explico) al campo de las creencias en
general, históricamente organizado en torno a distintas confesiones religiosas.
De ahí viene la expresión contemporánea "Ciencia versus Religión".
Sin embargo, después de haber reflexionado algo, creo que reducir los
conflictos como el de Galileo al duelo pugilístico anterior es poco acertado,
ya que impide el análisis en detalle de ambos términos. La ciencia,
como bien explica John D. Bernal en su Historia Social de la Ciencia, se
manifiesta en el método científico, los conocimientos adquiridos por ese
método, las instituciones científicas y la comunidad científica. De mismo modo
la religión no es un ente único, sino que está formada por las creencias, los
valores éticos y morales, la comunidad religiosa y las instituciones religiosas.
¿Quién condenó a libertad vigilada hasta el día de su muerte a uno de los
genios más grandes que ha tenido la Humanidad? ¿La gente trabajadora de Roma o
Florencia fundamentalmente católica? ¿Acaso la teoría heliocéntrica copernicana
que defendía Galileo atentaba contra los valores y el estilo de vida cristiano
que practicaban dichos pueblos?, ¿cuestionaba la existencia de Dios o trataba
de dar respuestas trascendentales del ser humano? Para nada, seguramente la
sociedad católica de la época no consideraba a Galileo un hereje por su
contribución a la astronomía: pensarían simplemente que nada tenía que ver con
su fe. No fueron las creencias en sí las que acabaron con Galileo, sino
cardenales, duques, fundamentalistas bíblicos, y conspiradores palaciegos que
controlaban la jerarquía eclesiástica y estatal desde Roma, gente oscura que no
entendía bien la diferencia entre ciencia y creencia.
Porque creo que ahí está la clave del conflicto, en que hay quien
desde el mundo de las creencias quiere inmiscuirse en el objeto de estudio de
la ciencia, y viceversa (aunque esto último siempre se ha dado en menor medida).
Expliquemos brevemente en qué consiste cada uno de esos campos.
El magisterio de la ciencia, como lo denomina Stephen Jay Gould,
intenta documentar el carácter objetivo del mundo natural y desarrollar
teorías que coordinen y expliquen tales hechos. Su método de
indagación se conoce como método científico, el cual consta de las siguientes
etapas: Observación de un fenómeno,
formulación de una hipótesis que lo
explique, diseño de un experimento
que permita poner a prueba la hipótesis, obtención de resultados y finalmente la confirmación
de la hipótesis o su refutación.
Aquellas cosas que una no pueda observar, con las que no pueda realizar
hipótesis y ponerlas a prueba mediante experimentación, se escapan del campo de
la ciencia. Una astrofísica, por ejemplo, no puede sacar conclusiones científicas
sobre las causas del origen del Universo legitimándolas en su trabajo y
autoridad científica. Esto es así porque las leyes de la física dejan de
funcionar antes del Big Bang (origen del espacio-tiempo hace 13.700 millones de
años), por lo que no podemos usar las herramientas del método científico para
contrastar las hipótesis que hagamos sobre qué hubo inmediatamente antes del
Big Bang. No podemos hacerlo desde el campo de la ciencia, pero sí desde el de
las creencias, si es que acaso necesitáramos alguna respuesta.
El magisterio de las creencias, por el contrario, opera en el
reino, importante pero absolutamente distinto de los fines, los significados y
los valores humanos. Su forma de trabajar no tiene nada que ver con la del
campo de la ciencia, ya que se basa en la interpretación personal, y es por
tanto subjetiva. Comprende los códigos éticos y morales que cambian en el
tiempo y el espacio, la visión que tenemos de nuestra existencia, el sentido
que le damos a la vida. Normalmente las creencias han estado agrupadas, y lo
siguen estando, en corrientes filosóficas o religiosas (Aristotélicos,
Kantianos, Budistas, Cristianos, etc.), de ahí que Gould a nivel práctico
prefiera llamarlo magisterio de la religión. Pero no podemos perder de vista
que también existe la posibilidad de no acogerse a ninguna de ellas y tener
creencias estrictamente personales. Llegamos a ese conocimiento por la
experiencia y la reflexión, nunca con las herramientas propias del método
científico: No voy a encontrar el sentido de mi vida en la secuencia de
nucleótidos de mi ADN ni voy a tomar la decisión de si algo es justo o injusto
midiendo la temperatura de las situaciones, desenfundando un termómetro.
Aunque las definiciones puedan resultar claras, el devenir histórico
nos lleva a hacer las siguientes puntualizaciones:
La ciencia podrá iluminar algunas
cuestiones del mundo de las creencias, pero nunca las podrá resolver. Los avances en neurociencia han
demostrado que los delfines tienen una inteligencia muy parecida a la humana,
con capacidad de reconocerse en el espejo, de tener empatía. Esto ha servido a
algunas culturas para condenar moralmente la caza de delfines y demás cetáceos.
Pero está claro que el descubrimiento científico no es el determinante a la
hora de tomar dicha decisión, pues existen otros pueblos que consideran normal
comer carne de delfín o ballena. Es una cuestión de creencias.
Las creencias, a su vez, ayudan a la
comunidad científica a actuar y decidir. Como seres humanos, las personas de ciencia tienen principios morales
y éticos, los cuales no pueden separar de su actividad científica. Como dije al
principio, la ciencia no sólo debe entenderse como método, sino como comunidad
e instituciones. Estas operan bajo un contexto social e histórico que también
se ve influido por el campo de las creencias. Una científica puede negarse a
colaborar en una investigación cuando sabe que sus fines son poco éticos, como
la derivada de la industria armamentística o la investigación en cosméticos en detrimento
del estudio de enfermedades olvidadas en países pobres. Otras, sin embargo, con
otros principios y valores (o simplemente alegando no tenerlos), pueden decidir
poner sus conocimientos al servicio de regímenes autoritarios, como fue el caso
de la mayoría de los profesionales de la medicina bajo el III Reich.
Ambos magisterios tienen límites
difusos, se solapan a veces, es inevitable.
Que la frontera del campo de la ciencia no deje de aumentar no significa que el
campo de las creencias apenas tenga competencias, sino que históricamente había
abarcado todo el campo del conocimiento, incluyendo el científico. A día de hoy
existe consenso en que la religión (como elemento del mundo de las creencias) ya
no puede dictar la naturaleza de las conclusiones
objetivas que residen en el campo de la ciencia. Pero tampoco la
comunidad científica puede aducir un mayor discernimiento en la verdad moral a
partir de ningún conocimiento de la constitución objetiva del mundo.
Con ánimo de superar las pugnas que han existido entre ambos campos, han
surgido voces que claman por la unificación de ciencia y religión, o como
prefiero llamarlo yo, ciencia y creencias. ¿Pero cómo se pueden mezclar
sistemas de indagación tan diametralmente opuestos? Sería un cóctel esperpéntico
que ya se ha dado en la antigüedad, cuando determinados pueblos que tenían conocimientos (científicos) refinados
sobre astronomía, se alarmaban tras la llegada de un cometa, señal de
catástrofe (creencias) y sacrificaban a una chica virgen. Como el agua y el
aceite, es imposible la unificación: sólo es posible la coexistencia pacífica y
su complementación, ya que tratan aspectos distintos y fundamentales de la
existencia humana, de nuestra vida práctica y ética.
Los magisterios de la ciencia y las
creencias no abarcan todo el campo de indagación humana. Están además todos aquellos saberes
de tradición más acumulativa que científica, como la historia, la filología,
etc. Y otros que son de índole más creativa y personal como son los distintos tipos
de arte. Sin embargo, en este post he incidido en aquellos ámbitos del
conocimiento más polémicos, o si se quiere, conflictivos.
Charles Darwin pasará a la historia por su teoría de la evolución por
selección natural y en el imaginario colectivo queda la imagen del naturalista
enfrentado a la rígida sociedad victoriana, que tenía al ser humano como algo
separado de la naturaleza, como una criatura divina. Sin embargo, Darwin no se
enfrentó a nadie, el sólo publicó un tochazo de libro en el que expuso una
teoría científica, que a día de hoy sigue siendo la que mejor concuerda con los
hechos. En calidad de científico se limitó a indagar en el mundo material,
objetivo, del cual no sacó ninguna conclusión moral o ética. Darwin no aconsejó
cómo gobernar nuestros destinos a raíz de su novedosa teoría, ni escribió
ningún epílogo acerca de las implicaciones sobre nuestro papel en el mundo. Su
teoría de la evolución no debería a priori encender las antorchas de la guerra
entre ciencia y creencias, ya que no trata sobre este último campo.
Pero obviamente sí que hubo guerra. La mayoría de sus contemporáneos,
educados en unos férreos valores puritanos, mezclaban ciencia y religión de tal
manera que pensaban que Darwin se inmiscuía en su sistema de creencias, cuando
era más bien al contrario: basándose en la interpretación literal de las
sagradas escrituras querían definir y ordenar el mundo, sin observaciones, ni
cálculos ni experimentos, sólo a base de fe. Darwin tenía sus creencias, las
cuales las mantuvo en un segundo plano, ya que no quería influir en ese ámbito
en calidad de científico. Siempre se especuló sobre si era religioso o ateo,
hasta que hace pocos años se editó su autobiografía original, la que no fue
censurada por su viuda. En ella se arroja un poco de luz al respecto.
Aunque desgraciadamente son más abundantes los malos ejemplos de injerencia
entre ambos campos. Actualmente determinados sectores religiosos en Estados
Unidos tratan de equiparar creacionismo y evolucionismo en la asignatura de
ciencias naturales de la enseñanza pública. Personalmente, no veo mal que el
creacionismo se enseñe en colegios privados religiosos o en los lugares de
culto, pero eso sí, como creencia. Tratar del mismo modo creacionismo y evolucionismo
es como tratar del mismo modo ciencia y creencia, hechos y fe.
También están quienes desde el ámbito científico deciden sacar
conclusiones éticas a determinados hechos empíricos. Así, el mayor volumen
craneal de los hombres frente al de las mujeres legitimó modelos culturales
patriarcales y machistas. A día de hoy se sabe que un mayor volumen craneal no
es determinante de una mayor inteligencia: El hombre de Cro-Magnon tenía 1600
centímetros cúbicos de volumen craneal frente a los 1400 actuales. Aún así, la
proporción entre volumen craneal y tamaño corporal sí es la misma en hombres y
mujeres. Vamos, que es una tontería.
Desde círculos científicos abundan las personas que tratan de hacer pasar
por objetiva una creencia cuando obviamente no hay manera de comprobarla bajo
el prisma de la ciencia. Hablo sin duda de la relación entre ciencia
y ateísmo. Desde el campo de la ciencia lo único que podemos asegurar es
que el método científico no puede demostrar la inexistencia de Dios. No existen
observaciones, hipótesis, experimentos ni instrumentos de medida para realizar
tal afirmación. No es una batalla perdida, ni hiere el orgullo de las científicas,
simplemente el objeto de estudio no es de su campo. Esto significa que desde el
magisterio de la ciencia lo más que se puede llegar a declarar es el
agnosticismo. ¿Significa esto que un científico no puede ser ateo? Por supuesto
que puede serlo, el ateísmo es una creencia, y como ser humano, una
investigadora puede creer que dios no existe. Ya sea porque lo ve innecesario
para la existencia del mundo, porque no le parece aceptable estar supeditada a
una divinidad o porque crea que es una estratagema creada por ciertas personas
para someter y controlar a otras personas. Aunque también desde el
laboratorio se puede ser creyente además
de agnóstica, no son atributos incompatibles. Casi me atrevería a
aventurar que la mayoría de la comunidad científica en nuestro país profesa
algún tipo de religión. Dado lo expuesto en párrafos anteriores, ello no ha de
suponer ningún conflicto entre ciencia y creencias.
¿A dónde quiero llegar con todo esto? A que todos los seres humanos
debemos prestar atención, cuanto menos rudimentaria, a ambos campos, ámbitos de
la investigación ética y objetiva. Sin ser autoridades en dichos campos,
necesitamos indagar en ellos. Respecto al magisterio de la ciencia, las
personas debemos cuestionar los hechos de la vida diaria, no aceptarlos tal
cual vienen. Hay que tener espíritu crítico, poner a prueba nuestras hipótesis.
Conocer el suelo que pisamos, las plantas que crecen al lado de nuestra casa.
Conocimientos básicos en matemáticas, física y ciencias naturales nos ayudarán
a entender el mundo tal como es, y es un paso previo para poder cambiarlo, si
así se desea. Con el método científico
sabemos si nos dan bien el cambio, si debemos abrigarnos o no cuando salimos a
la calle, si en la farmacia nos están estafando con un producto a base de agua
y azúcar por 20 euros. Vivimos en un mundo objetivo, debemos profundizar en el
conocimiento de lo material para poder vivir en libertad.
Sin embargo no somos rocas en ese mundo objetivo. Como seres
conscientes e inteligentes, sociales, tenemos que elegir los valores que determinarán
nuestra trayectoria vital, la filosofía por la cual nos hemos de guiar. No
busques en internet, no hay ecuaciones que te muestren el sentido de tu vida. Qué
aburrido sería de darse el caso. Esa finalidad debemos encontrarla en nosotras
mismas, en nuestras vivencias, nuestras creencias, en la gente que queremos y
en la que nos rodea. Puede que un dios te ayude en eso, o tal vez no. Son
elecciones igual de dignas y respetables.
Cada una de nosotras debe integrar esos componentes distintos en una
visión coherente, rica y plena de la vida. Dicen que así, conjugando con
inteligencia arte, ciencia, creencias y demás saberes, es como único se puede
alcanzar la sabiduría. Qué pedante, ¿no?
Jejeje. Chistositos están algunos... no se puede demostrar la "inexistencia" de algo porque NO EXISTE, lo que se demuestra -obligatoriamente- es la EXISTENCIA. ¿Acaso no sabes lógica básica? ¡Ajuuum! Aparte, te aclaro: el ATEISMO no es una "CREENCIA", es una INCREENCIA. Y no, no me invento el término, si quieres busca el significado, para que te ilustres... Desde ahí tu artículo se cae a pedazos; el resto es blablá. ¿Pedante? Sí, tú, quien escribió tamaña sandez y todavía se siente orgulloso... Saludos...
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