domingo, 9 de febrero de 2014

Yo NO me sumo a la campaña anti-refinería

Parece que ha comenzado el enésimo intento de expulsión de la Refinería de Santa Cruz, reclamación histórica de la clase gobernante chicharrera, cuyas redes de familiares y amistades siempre están listas para no perder una inversión. Lo sorprendente es que ahora se han sumado al carro aparentes partidos de izquierdas y movimientos sociales o ecologistas que hace tiempo defendían los intereses de la clase trabajadora.

Es duro leerse, intelectualmente hablando, el resumen del proyecto “Reverde” que tanto se han encargado de difundir por los medios en los últimos días: Da igual que no se den las condiciones idóneas de régimen de vientos, ellos planchan un aerogenerador. Plantan pinos a nivel del mar. Chuletadas y museo del carnaval. Y para las trabajadoras del refino un hotel escuela que les reciclará hacia la hostelería. Y te dicen en serio que es un proyecto verde, ecológico, renovable, inspirado en la lucha de Gamonal y contra la especulación. Y se lo creen y quieren que nos lo creamos. Pues no me da la gana.


El sector industrial es un elemento clave para el bienestar de una sociedad, mal que les pese a algunos individuos. Las resonancias nucleares que nos detectan cánceres a tiempo, la insulina transgénica que salva la vida de millones de personas cada año, o la ropa de tejidos sintéticos que evitan la conversión de ecosistemas naturales en campos de algodón, son ejemplos de cómo no podemos entender los derechos adquiridos y el desarrollo de una sociedad sin la existencia del sector secundario.

La Refinería es una fábrica que separa el crudo en miles de productos que usamos en la vida cotidiana. Medicamentos, plásticos, fertilizantes, disolventes... ¿Qué tiene que ver eso con el cambio climático? ¿Con las energías limpias o con las contaminantes? Obviamente produce fuel que es quemado en las centrales termoeléctricas, ¿pero acaso ya existen los aerogeneradores y paneles fotovoltaicos suficientes para asegurar la demanda eléctrica de Tenerife? Y es que además estamos todavía muy lejos de ver aviones propulsados con energías renovables. Hasta ahora el queroseno que destilan en la Refinería de Santa Cruz es el culpable de que podamos echarnos esos viajitos en avión que tantos nos gustan.

La gente de barrio, las currantes que no vivimos de apellidos, ni rentas ni enchufes, sabemos quienes están detrás de todos estos intentos de destruir la industria en nuestras islas: El equipo de gobierno del ayuntamiento que NO cobra 1000 euros al mes, los periodistas-tertulianos-espectáculo, el empresariado de la austeridad, el politiquillo cobra dietas, el tipico arquitecto o abogado-estrella… Gente acomodada nada representativa del pueblo chicharrero, ese que se levanta de noche para trabajar y vive con angustia todos los finales de mes.

Dicen que como la Refinería contamina hay que echarla de la ciudad. Parece que esta medida demagógica y suicida es más real que la de exigir a las Administraciones Públicas y a la empresa que respete los niveles establecidos en la legislación europea. No paran de hablar del año 2011 en que se superaron los límites de dióxido de azufre permitidos. ¿Por qué no dicen que en 2012 y en 2013 la Refinería cumplió con la legislación sanitaria y medioambiental? ¿Acaso les fastidiaría el chiringuito?

Tampoco paran con lo de las zonas verdes. ¿Por qué no se dedican a rehabilitar los parques y jardines en Ofra, Añaza o Los Gladiolos? ¿Han visto cómo están? A las únicas a quienes va a beneficiar el desmantelamiento de la Refinería es a aquellas personas que compraron pisos de 300.000 euros en las Torres y que van a ver sus pisos revalorizados. Vamos, gente como tú y como yo.

Quien me conoce o ha leído los artículos de mi blog sabe que soy un amante de la Naturaleza, un ecologista convencido y orgulloso de ser de clase trabajadora. Por eso tengo clara una cosa: si todas esas personas que están configurando el futuro de Santa Cruz y su Refinería fueran gente de la calle, trabajadoras precarias o desempleadas, harían todo lo posible por defender la permanencia de la Refinería en la ciudad, y vigilarían con mano de hierro que la fábrica cumpliera con la legislación sanitaria y medioambiental, como por cierto lleva haciendo los dos últimos años.

Dejémonos de equidistancias. Como dirían en “El bueno, el feo y el malo”, hay dos clases de personas: Las que juegan al Monopoly con nuestra ciudad, buscando pelotazos en lugar del interés público, y las que nos solidarizamos con los mil empleos directos de la Refinería, con las cuatro veces más de trabajo indirecto que genera, y en fin, con las miles de familias que tienen derecho a vivir con dignidad, a no ser piezas del Monopoly. Decidamos donde queremos estar.


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