viernes, 20 de junio de 2014

Erupción (primaveral) del Teide

En primer plano hierba pajonera. Detrás codeso y retama.
Hay dos momentos al año en que el Parque Nacional del Teide coge protagonismo. El primero es cuando nieva. Para las canarias que estamos acostumbradas a temperaturas superiores a los 30 grados, ver algo de nieve aunque sea en forma de hielo es equivalente a una aparición de la Virgen: nos entra la locura. Y más cuando debido a las consecuencias del cambio climático cada vez son menos los días al año que el Parque amanece con su blanco manto invernal. Caen cuatro copos y el fin de semana miles de personas suben en coche colapsando las carreteras de acceso, con nieve en la mente y poco interés por el resto de las características del lugar.


“¿Para qué? Yo sólo quiero tirarme por la nieve con la bolsa del Mercadona.” Lamentablemente así es el chicharrerismo, por lo que no es de extrañar que dejen basura por todos lados, destrocen la vegetación, y molesten a la fauna con la música del coche a reventar. En verdad van a la "nieve" como si fueran a un Siam Park de invierno. Sólo que gratis y enhediondándolo todo.

Sería hipócrita si te dijera que no he disfrutado de esos momentos. Tengo buenos recuerdos familiares, y la suerte de que con el tiempo he aprendido a valorar el patrimonio geológico y la frágil biodiversidad que hay bajo la nieve.

Bajo las retamas las temperaturas pueden ser de
hasta 10 grados por encima de la temperatura ambiente.

Frágil porque a pesar de las placenteras sensaciones que pueda generar en los seres humanos y el evidente beneficio para los acuíferos de la Isla, las nevadas en el Teide representan un periodo de muerte y penurias para la mayoría de las especies de flora y fauna. Vale que la selección natural ha originado plantas con características especiales para soportar el frío y las heladas, pero a duras penas lo consiguen. La fauna invertebrada y vertebrada lo tiene más complicado, pasan lo peor del invierno intentando conservar la temperatura bajo el suelo o al calor de las estructuras almohadilladas de muchas plantas, pereciendo muchos individuos en el intento. Más fácil lo tienen las aves, les basta con echar kilómetros de por medio.

Por suerte estas penalidades acaban terminando a mediados de la primavera, con el segundo momento de protagonismo del que hablaba antes. Un poco más tarde de lo habitual, debido a las condiciones climáticas derivadas de estar a más de 2000 metros de altitud, sobre mayo, empieza la floración de la mayoría de plantas, la erupción de color en la cumbre. Las temperaturas ascienden rápidamente y todavía no hay una escasez extrema de agua, por lo que las plantas retoman la etapa más espectacular de su ciclo reproductivo: La floración.

Abeja con sus sacos de néctar llenos, sobre flores de retama.

Durante unos meses el Parque deja de lado sus tonos áridos para vestirse de rojo, blanco, amarillo, azul, violeta… Todo parece muy encantador y armonioso, pero en realidad es una lucha feroz entre diferentes especies vegetales por ser las primeras en atraer a los polinizadores. La más vistosa, la más olorosa, la que segregue más y mejor néctar, será la más codiciada por insectos, aves y tizones. Tras la polinización se fecundan las flores, que originarán frutos con sus semillas dentro. Las mismas aves, reptiles y algunos mamíferos como los murciélagos se encargarán a continuación de dispersar las semillas tras comerse los frutos. Con suerte alguna de ellas podrá germinar y seguir peleando.

El cernícalo vuelve a tener alimento en primavera

 Polinización y dispersión significan alimento, lo que junto a la subida de las temperaturas saca del letargo a muchas especies animales, que iniciarán también sus periodos reproductores. Miles de insectos, arañas, aves y reptiles se apuran en hacer lo que no pudieron durante el frío o el calor extremos. La floración de la primavera es vida, no sólo para las plantas.

¿Quiénes son las responsables de esta tregua entre tanta desolación? Las primeras en iniciar su floración son el alhelí del Teide (Erysimum scoparium) y la hierba pajonera (Descurainia bourgeauana), ambas pertenecientes a la familia de las crucíferas. El nombre de hierba pajonera le viene de las ramas que al secarse eran aprovechadas para hacer camas al ganado o para mezclarlas con estiércol y así obtener abono.

Alhelí del Teide.

El rosalillo de cumbre (Pterocephalus lasiospermus) tiene una historia trepidante. De estar a punto de extinguirse por culpa del pastoreo hace unas décadas, ha pasado a ser considerada una especie de plaga desde que se declaró el Parque Nacional y cesó su depredación. Curiosamente no es del agrado de los herbívoros introducidos, como el conejo o el muflón.

Rosalillo de Cumbre

El codeso de cumbre (Adenocarpus viscosus) y la retama del Teide (Spartocytisus supranubius) son leguminosas que dan nombre a la comunidad de alta montaña conocida como retamar-codesar. Sin duda son los arbustos más grandes y abundantes del Parque, con flores amarillas y blancas respectivamente. El néctar de la flor de la retama es el favorito de las abejas, hecho por el cual los apicultores trasladan las colmenas al Parque en esa época del año.

Codeso de cumbre.

Desde hace unos años la retama está en una situación muy delicada, ya que apenas sobreviven ejemplares jóvenes y muchos de los adultos acaban muriendo. No se sabe si es por alguna enfermedad infecciosa o por un aumento de la población de conejos, que tienen entre sus alimentos preferidos los brotes tiernos de retamas jóvenes.

Retama en flor.

Muchas otras especies aportan su granito de arena a esta tregua por encima del mar de nubes. La magarza del Teide, el cabezón, el tajinaste picante, la violeta del Teide, el rosal del guanche, etc.

Magarza del Teide.

Pero sin duda la planta emblema del Teide es el tajinaste rojo (Echium wildpretii), cuya floración es todo un espectáculo de la naturaleza. Tienen que pasar algunos años para que una discreta estructura pegada al suelo erija sus flores hasta alcanzar varios metros de altura, culminando su única floración antes de morir.

Tajinaste rojo.
 Así es el Teide entre mayo y junio, un ecosistema de cumbre, seco y extremo, que revive una vez al año con la explosión de sus plantas. Ver un lugar tan inhóspito resistir y florecer me parece de un mérito terrible.

(Todas las fotos son propias, sacadas con mi Canon EOS 1100D)

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