domingo, 30 de noviembre de 2014

Las mates te ayudan a ligar (efectos secundarios aparte)

Esto eran dos amigos, pongamos Alfredo y Raúl. Tienen 18 años y están en 2º de Bachillerato. Aunque están juntos en clase desde infantil, hace dos años cogieron modalidades distintas de bachillerato: Alfredo la de Ciencias y Raúl la de Artes y Humanidades.

Pues resulta que como ya son mayores de edad y no tienen que hacer cambalaches mintiendo a los porteros de las discotecas, decidieron salir a La Laguna un sábado por la noche. El profe de matemáticas de Alfredo era asiduo a un bar en el que hacían margaritas y servían cañas de cerveza negra, todo un clásico en la zona del Cuadrilátero.


No es que el profe se lo hubiera dicho al alumnado, eran cosas que se sabían y punto. La cuestión es que el otro día  en clase de mates el profe estaba de pesado hablando sobre la utilidad de las funciones y las derivadas para resolver problemas de la vida cotidiana: estudiar el número de bacterias en función del tiempo, el mejor momento para poner un plazo fijo en el banco, etc.

Vamos, que seguía fracasando en su intento de reconciliar las mates con la juventud hasta que le dio por sacar su último cartucho. Escribió en la pizarra la fórmula matemática de una función y dijo solemnemente:

 “Después de muchos años de estudio, he conseguido hallar la relación entre el porcentaje de éxito para ligar en el bar donde suelo ir y el tiempo transcurrido desde que este abre sus puertas”.

Subiendo en el tranvía Alfredo mostró al amigo la fórmula apuntada en la palma de la mano. Le dijo a Raúl que hablando con el profe en el recreo, éste le confesó que no conocía la causa de por qué la gente se comportaba así, él sólo se limitó a recoger datos y convertirlos en una función. Aún así tenía una teoría: al principio la gente todavía no había perdido el gusto ni el criterio, pero con el paso del tiempo los margaritas acababan por distorsionar el sentido de la realidad y eso producía un aumento de la sociabilidad. Parece que hay un máximo a mitad de la noche y después vuelve a bajar. Sobre esta última tendencia desconocía la razón. Eso debería ser estudio de las ciencias sociales, como la sociología, por ejemplo.

Así que fueron decididos a aprovechar las matemáticas a su favor, concentrando el palique en el momento adecuado, en lugar de estar estresados toda la noche. Por fín las mates servían para algo.

Llegaron al bar a la 12 de la noche, una hora después de que abriera. Se sentaron en la única mesa que quedaba libre y pidieron medio litro de margarita de melón.

Empezaron por calcular la probabilidad nada más llegar. A 60 minutos de abrir tenían un 37% de probabilidades de que no les echaran un vaso de agua a la cara.



-¿Pero cómo sabemos a qué hora se da la mayor tasa de éxito?-preguntó Raúl.

-No sé, la verdad es que estoy pescando un poco bastante con el  tema este de funciones, límites y derivadas -dijo sin ninguna vergüenza Alfredo-. Deja que le escriba un wasap a María, es una crack.

La compañera de clase le dijo que para saber el máximo de la función tenía que hacer la derivada, igualar el resultado a cero y despejar finalmente el valor de la x.

Parecía muy sencillo. Sin embargo, entre Raúl que salió huyendo de las mates desde que pudo en primero de Bachillerato, y Alfredo que había suspendido los dos últimos exámenes de la asignatura, estaban todavía lejos de hallar la solución. Porque básicamente no se sabían la tabla de las derivadas.

Tras un rato buscando en google a través del móvil, descubrieron que la función tenía forma de parábola porque el mayor grado de la X era 2, y que su brazos apuntaban hacia abajo (formando una especie de montaña) porque el signo que acompaña a x2 es negativo.

Se tomaron otro medio litro de margarita y después, cuando ya sólo disponían de un par de euros, se pasaron a los quintos de cerveza. Tras muchos cálculos erróneos y fundir la calculadora del móvil llegaron a la siguiente conclusión:



La máxima probabilidad de éxito se da a los 120 minutos y es de un 44.5%

Bueno, era menos de la mitad pero debían intentarlo.

-Pero Alfredo, ¿cuánto tiempo llevamos con esto?- preguntó Raúl como despertándose de un sueño-. ¿Qué hora es?

-Joder, ¡son las dos y media de la mañana! El máximo se dio a los 120 minutos de abrir el bar, es decir, ¡a la una de la mañana!

Intuyendo la respuesta, calcularon rápido la probabilidad de ligar en el momento en que se encontraban. Lamentablemente hallaron esto:



-Un 28% de probabilidad de éxito. ¡Menos que cuando entramos!

Sin dinero, con la moral hundida por la irrefutabilidad del mundo matemático, decidieron marcharse a sus casas.

Apenas levantaron la cabeza el rato que estuvieron en el bar. De separarse del boli y la servilleta escrita tal vez se habrían fijado en la de pibas y pibes que también venían a buscar conversación, a conocer gente nueva y pasar un rato agradable. Que no paraban de mirar de reojo a estos dos toletes a la espera de una mirada perdida..

Esperando el tranvía tuvieron la siguiente conversación:

-Niño, tu profe de matemáticas se estará partiendo de risa ahora mismo.

-Que no, si tiene razón, ahora sabemos que la hora clave es la una de la mañana.

-Olvídate, la semana que viene lo hacemos a mi manera, la profe de literatura nos mandó la lectura de unos poemas de un tal Benedetti. El italiano ese debe ser joven, porque  son poesías sencillas y nada rimbombantes, pero llegan ahí. Así que nos aprendemos un par de poemas del nota y se lo soltamos a las pibas.


-Bueno, vale, pero a la una de la mañana.

Las derivadas ayudan, pero no hacen milagros..

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