martes, 4 de noviembre de 2014

Por una nueva movilidad, ¡la calle para las personas!

Cuando era pequeño recuerdo la carretera de la Cuesta como una vía lenta y tortuosa. Con un sólo carril por cada sentido, sus colas en hora punta. Iba en guagua al colegio, bajo un recuerdo de pitazos y chóferes cabreados.
Pero todo cambió cuando la ensancharon. Ahora tiene cuatro carriles en total, escoltados por dos hileras de aparcamientos. Podría decirse que la modernidad llegó a este barrio de La Laguna.
Fíjate, tan civilizadas nos hemos vuelto que ahora sólo me siento seguro por dicha vía cuando voy en coche. Algunas veces salgo de mi casa, ¡caminando!, para tomar un quinto de cerveza al bar de la familia china del otro lado de la carretera. Al llegar al paso de peatones me encuentro con que si me sitúo en la acera, ni veo al tráfico ni él me ve, debido a otros coches aparcados o a los contendores de basura. Así que tengo que dar unos cuantos pasos a tientas para que los coches frenen y me cedan el paso.
Estaba de coña, nunca paran. Tienes que gozarte un par de minutos como un bobo en el paso de peatones hasta que a alguien le dé por recordar lo que aprendió en la autoescuela.
En otras ocasiones estoy cruzando y algunos coches pasan de frenar, porque no te ven o para meterte prisa. En más de una ocasión he acabado corriendo, con un relajante chirrido de goma sobre el asfalto. Parezco un llorón con esto que voy a decir, pero cada vez que cruzo como peatón La Cuesta siento que me juego la vida.

Visibilidad en un paso de peatones
Si esta es la sensación que tengo yo, con treintaipocos y medianamente bien de salud, no me quiero imaginar el miedo que deben de pasar personas mayores, con algún tipo de discapacidad, o simplemente gente que no vea bien, que camine despacio o sin reflejos.
Porque en 20 años mi barrio se ha vuelto más accesible para los coches, pero más peligroso para las personas: El entorno de la Plaza del Tranvía se ha saldado con 75 víctimas de atropellos entre 2010 y 2012. Dos de ellas murieron.
Atropello mortal en la Cuesta
Los patrones de movilidad han cambiado tanto en las últimas décadas que casi hemos olvidado cómo nos movíamos antes. Y eso es malo, porque perdemos la referencia para comparar, para reflexionar sobre otros modelos. De ahí  el objetivo de este artículo y de los datos que te voy a mostrar a continuación.
·       Equidad. Cada vez hay más coches, y eso parece sugerirnos que son más las personas que pueden permitirse disponer de transporte privado. Sin embargo, las estadísticas muestran una realidad diferente: sólo la tercera parte de la población se mueve en transporte privado, el cual ocupa hasta el 65% de la vía pública. Como vemos, las desigualdades se manifiestan también en el piche.
Desigualdad a niveles de renta, pero también entre colectivos. Las personas más jóvenes y las mayores, así como la mayoría de las discapacitadas, están excluidas de la mayor parte del espacio público.
Alrededores del IES Ofra 5, fíjate en el espacio ocupado por los coches
·       Energía. Sabemos que las energías renovables ayudarán a mitigar el cambio climático, pero no olvidemos que éstas se centran principalmente en la obtención de electricidad. Propulsar el transporte privado con energías renovables requeriría llenar toda la superficie de la Tierra con aerogeneradores o paneles fotovoltaicos, toda una catástrofe económica y medioambiental. En España el 40% del total de energía consumida se dedica al transporte, únicamente en concepto de combustible. Si sumamos la energía dedicada a la fabricación de coches e infraestructuras para éstos, llegaríamos al 50% del total de energía. En cuanto a las emisiones del principal gas de efecto invernadero, el CO2, el 30% de las mismas  proviene del transporte. En los entornos urbanos este porcentaje sube al 80%, del cual un 74% pertenece al transporte privado.
Estas son las relaciones que hay entre nuestra forma de movernos y el cambio climático. Cada vez que tu coche marque 35ºC, mírate por el retrovisor. No hay más culpables.
·       Salud. Los problemas medioambientales están pasando factura, aunque solemos quitarles importancia porque creemos que no afectan directamente a nuestra salud. Puede que los osos polares se ahoguen con la fusión de los polos, pero a nosotras no nos perjudica…
De nuevo toca ser aguafiestas. El ruido emitido por el tráfico en algunas zonas causa trastornos psicológicos y del sueño en muchas personas; el descenso de la calidad del aire por la contaminación de los tubos de escape (óxidos de nitrógeno, de azufre, ozono, etc.) provoca enfermedades respiratorias crónicas y miles de muertes prematuras cada año; la sedentarización propia de quienes nos movemos en coche aumenta el riesgo de padecer trastornos cardiovasculares: La bici, el transporte público y las piernas siguen quemando más calorías que un Toyota.
·       Seguridad. Con el tiempo la calle se ha vuelto un lugar peligroso. Antes eran los que repartían caramelos con droga por fuera de los colegios, ahora es el que va con prisa a todas partes. En las decenas de calles que atraviesan mi barrio los coches circulan a velocidades superiores a los 50 km/h. Estamos hablando de calles estrechas, con poca visibilidad debido a las hileras de coches aparcados y a las intersecciones de 90 grados. A 65 km/h la probabilidad de morir en un atropello es de un 85%. A 48 km/h es de un 45. Emoción garantizada en la puerta de tu casa.
Lo que antes era un barrio unido y transitable ahora se ha convertido en un lugar peligroso para la infancia, los gatos y las personas mayores. Muchas veces las autoridades (y las propias conductoras) nos piden responsabilidad y prudencia a la hora de andar por la calle. Eso está bien, pero yo reclamo el derecho a equivocarme sin terminar cadáver. Por ejemplo, un día dejé suelta a Capi en la plaza de al lado de casa pero se le cruzaron los cables y salió corriendo a la calle. Justo pasaba un coche y chocó con el lateral de la rueda. Unos centímetros más adelante y estaría muerta. ¿Hubiera sido mi responsabilidad? Creo que en parte sí, pero ¿por qué la velocidad máxima en zonas residenciales no es de 20 o 30 km/h? A esa velocidad, mi imprudencia, la imprudencia de una niña, la lentitud de una anciana, no se castiga con la muerte.
La cultura del coche ha modificado nuestras conductas sociales. De un modelo de proximidad, donde se trabajaba, compraba y se hacía vida social en el entorno del barrio, hemos pasado a una fragmentación y distanciamiento entre todas esas facetas de la vida. Ahora trabajas a 30 kilómetros, tus hijas no van caminando al colegio, sino en coche ya que el concertado al que las llevas está al otro lado de la ciudad. El refresco ya no lo tomas al lado de casa; ahora coges el coche y vas a Alcampo, donde después de comprar… cine y Mc Donalds.
El esparcimiento de las jóvenes antes se hacía en la calle, se jugaba en ella. Ahora casi no hay canchas de polideportivo, ni solares donde practicar con la bici o hacer la hoguera de San Juan. El poco espacio disponible está para ampliar los carriles o improvisar aparcamientos. Si en Reyes las familias compran videojuegos en lugar de bicis es porque esta última opción puede implicar que un Citröen con las lunas tintadas mate a tu hija.
En definitiva, el transporte privado ha cambiado nuestras vidas. Más de lo que hubiéramos deseado.
Creo que cambiar todo esto no es cosa de un día ni de una concejalía. Se mezclan aspectos ambientales, sanitarios, de seguridad y socioeconómicos. Sin embargo, el principal problema no radica en lo ambicioso de los planes, en las décadas que llevará reorganizar todo el sistema de movilidad urbana. Lo más grave es que gran parte de la población no ve ningún problema con la situación actual, no es capaz de concebir una ciudad sin coches a pesar de todo lo que nos perjudica.
Pensemos por un momento unas calles diferentes. Siempre recuerdo con cariño las callejuelas de Somosierra donde vivía mi abuela, con niños jugando a la pelota que se apartaban cuando uno de ellos gritaba "¡Cocheee!", y el coche avanzaba despacito tocando la pita de vacilón. Casas abiertas, las sillas en la acera donde se sentaba el viejillo al que tenías que saludar sí o sí. Con la gente socializándose, hablando de fútbol, de política, de lo caluroso que está siendo el mes de noviembre.
Me imagino un barrio con centros de salud y colegios de calidad a los que poder ir caminando y saludar al barrendero. Con bares y comercios en los que apetezca entrar. Donde la opción de ir “al centro” sea sólo eso, una opción.
Quiero un espacio público que no esté secuestrado por moles de dos toneladas, donde el señor de la silla de ruedas no esté confinado en su casa porque las vacas sagradas aparcan en la acera; donde los gatos te observen insolentes en lugar de yacer con las tripas por fuera.

¿Que haces si vas en silla de ruedas?
No es un capricho. Es una cuestión de salud, de sostenibilidad ambiental, de equidad entre los distintos colectivos sociales.
Conozco un perro valiente que siempre que puede caga en el asfalto. Es una forma de resistencia pacífica estilo Gandhi, los conductores tienen que pararse esperando el alivio del animal.
Aprendamos del perro (no literalmente). Recuperemos la calle, ese espacio donde movernos, compartir y vivir. Las conductoras también tienen derecho a transitarla, pero compartiéndola con ancianas, niñas, bicis, guaguas, doñas despistadas y perros cagones.

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