martes, 3 de marzo de 2015

Un jardín atlántico en el Campus de Guajara

Solemos vivir rodeadas de seres exóticos: Tortuguitas de florida, series estadounidenses, móviles surcoreanos, presidentas alemanas..

Tanto nos hemos acostumbrado a lo foráneo que cuando encontramos algo que siempre ha estado ahí nos embarga una sensación de desconcierto. Por ejemplo, algunas veces pasa por debajo del Puente Zurita, en el Barranco de Santos, un cabrero con sus animales. Las locales alucinamos y sacamos fotos como si de un guanche se tratara.


Mi generación ha ganado en información, ahora sabemos ubicar Central Park con respecto a la Quinta Avenida, pero a cambio hemos perdido el vínculo con lo cercano, lo inmediato. Creo que en este caso información no es sinónimo de conocimiento.

Cuando andamos por la playa o por el monte, en un entorno más o menos natural, apenas distinguimos aquello que nos vamos encontrando: Vemos “pájaros” o “plantas” que nos parecen todas iguales. Es curioso, piensa que hace dos o tres generaciones, nuestras abuelas y abuelos conocían los nombres de todas estas especies, no por vocación naturalista, sino porque eran fuente de recursos (o de peligros) en épocas en que nada sobraba.
 
Cabra y su baifito desorientados por la TF-2 (Conexión)

Si todavía tienes un familiar mayor que pueda contarte todas esas historias, no desperdicies la oportunidad, piensa que lo que para ti es una curiosidad para esa persona era cuestión de necesidad.

¿Por qué te cuento todo esto?

Verás, hace un tiempo descubrí un lugar extraño en el jardín central del Campus de Guajara, en la Universidad de La Laguna. Entre césped escocés, palmeras del sudeste asiático y demás jardinería exótica, encontré un reducto de laurisilva, el bosque que antaño cubría sin cortes el norte de la Isla, desde Anaga a Teno.

Arriba, centrado, está nuestro pequeño jardín

Obviamente no subsiste de forma natural en el jardín, algo tendrán que ver las gentes de agrícolas y biología. Su distribución está donde alcanzan los vientos alisios del noreste, en el caso de Tenerife toda la franja norte, desde los 600 hasta los 1200 metros de altitud aproximadamente.

Cuando pases por allí fíjate en los árboles que están pegados a la Facultad de Derecho, del lado del tranvía. Son pocos, no llegan a diez. Pero son suficientes para hacernos una idea de la biodiversidad de ese monte tan antiguo y maltratado. Si te animas puedo contarte un par de secretos que sé de oídas sobre cada uno de los árboles, ubícate en el mapa..

El primer árbol que nos encontramos es el viñátigo, fácilmente reconocible porque sus hojas alargadas, cuando envejecen, se vuelven rojizas.

Hojas del viñátigo

Es pariente del aguacatero, con la gran diferencia de que sus frutos son tóxicos. Aunque las palomas rabiche y turqué se los comen sin sufrir aparentes efectos secundarios, las ratas, sin embargo, parecen emborracharse tras mordisquear brotes y frutos, dando tumbos entre la hojarasca del monte.

A continuación aparece un pequeño laurel, algo sucio por el hollín del tráfico. Es uno de los árboles más comunes de la laurisilva, que por cierto lleva su nombre. Para reconocer un laurel tienes que fijarte en sus hojas, todas tienen unos bultitos a cada lado del nervio central. ¡Inconfundible!

Glándulas en la hoja de laurel

Las hojas del laurel canario son usadas como condimento en la cocina, aunque son menos aromáticas y más amargas que las de su pariente mediterráneo. Sin duda el mayor uso que tuvo fue el de proporcionar madera para obtener leña y fabricar utensilios agrícolas.

Pegado a su tronco suele crecer un hongo parasitario que suelen llamar “madre del loro”.

Madre del Loro

Muy cerca del laurel crece solitario y radiante un madroño canario. Su tronco es rojo anaranjado, como si añorara los atardeceres de Teno.

Sus frutos se asemejan a naranjas pequeñitas, de sabor amargo. Tras saborearlos, muchos exploradores de la antigüedad creyeron haber encontrado el árbol de las manzanas de oro que según la leyenda griega del Jardín de las Hespérides otorgaba inmortalidad a quienes las comían.

"Manzanas de oro" del madroño

No sé si el madroño llega a tanto, pero ciertamente representa un manjar para muchos animales del monte. En épocas de miseria servía para mantener distraído al estómago, pero tampoco te vengas arriba a jartarte de manzanitas de oro, que tienen un 0,5% de alcohol, ¡Pal mojito!

A pocos metros del madroño aparecen dos ejemplares de palo blanco, que como su propio nombre indica, tiene una corteza de color claro salpicada de puntos blancos. Aún así también se reconoce fácilmente a través de sus hojas, cuyos bordes se hallan plegados hacia el envés (hacia dentro).

Hojas de palo blanco

Familia del olivo, su madera es muy apreciada por su resistencia, y fue utilizada para las labores más exigentes, como ser eje de carretas o estructura de barcos.

Y terminamos la visita con tres ejemplares de faya, el gran conquistador de zonas degradadas. Allá donde se abandone una finca, brezos y fayas tardarán pocos años en asentarse y recuperar para el monte el terreno que siempre fue suyo. Con el paso de los años darán paso a otras especies de laurisilva de crecimiento más lento, como tilos, barbusanos o viñátigos.

Hojas y frutos de la faya

Sus hojas no son tan grandes como las de los árboles anteriores, y se reconocen fácilmente por su borde aserrado, ligeramente ondulado.

Cuando el hambre apretaba, en tiempos de posguerra, sus frutos, conocidos como creces, sirvieron para elaborar una especie de gofio que ayudó a sobrevivir a alguna que otra bisabuela.

Todos los árboles que te acabo de mostrar son endemismos (sólo crecen en un lugar) de la región macaronésica: Canarias, Azores, Madeira, Salvajes, Cabo Verde y una pequeña región del noroeste africano.

Únicamente el madroño es un endemismo Canario. Está claro, Jardín de las Hespérides sólo puede haber uno.


Aquí termino. Cuando pases por Guajara ven a visitar este lugar tan fascinante y trata de reconocer los árboles. Es lo menos que les debes, recuerda que gracias a ellos no sólo tenemos agua en los acuíferos y suelo fértil, además salvaron muchas vidas en las épocas más oscuras de nuestra historia.

1 comentario:

  1. Hola. Me llamo Fernando Rodríguez y trabajo en la biblioteca de la ULL muy cerca de este jardín atlántico del que no tenía noticia (ni otros a los que he preguntado). Gracias a su post, muchos canarios y, entre ellos, muchos universitarios laguneros sabrán de esta iniciativa de los jardineros del campus de Guajara. Las compañeras que gestionan los blogs y redes sociales del Servicio de biblioteca se han hecho eco de la noticia. Le invito a visitar el jardín en unos meses porque creo que se llevará alguna sorpresa.

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