Solemos vivir
rodeadas de seres exóticos: Tortuguitas de florida, series estadounidenses,
móviles surcoreanos, presidentas alemanas..
Tanto nos hemos
acostumbrado a lo foráneo que cuando encontramos algo que siempre ha estado
ahí nos embarga una sensación de desconcierto. Por ejemplo, algunas veces pasa
por debajo del Puente Zurita, en el Barranco de Santos, un cabrero con sus
animales. Las locales alucinamos y sacamos fotos como si de un guanche se
tratara.
Mi generación
ha ganado en información, ahora sabemos ubicar Central Park con respecto a la Quinta
Avenida, pero a cambio hemos perdido el vínculo con lo cercano, lo inmediato.
Creo que en este caso información no es sinónimo de conocimiento.
Cuando andamos
por la playa o por el monte, en un entorno más o menos natural, apenas
distinguimos aquello que nos vamos encontrando: Vemos “pájaros” o “plantas”
que nos parecen todas iguales. Es curioso, piensa que hace dos o tres
generaciones, nuestras abuelas y abuelos conocían los nombres de todas estas
especies, no por vocación naturalista, sino porque eran fuente de recursos (o
de peligros) en épocas en que nada sobraba.
Si todavía tienes
un familiar mayor que pueda contarte todas esas historias, no desperdicies la
oportunidad, piensa que lo que para ti es una curiosidad para esa persona era
cuestión de necesidad.
¿Por qué te
cuento todo esto?
Verás, hace un
tiempo descubrí un lugar extraño en el jardín central del Campus de Guajara, en
la Universidad de La Laguna. Entre césped escocés, palmeras del sudeste
asiático y demás jardinería exótica, encontré un reducto de laurisilva, el
bosque que antaño cubría sin cortes el norte de la Isla, desde Anaga a Teno.
Obviamente no subsiste
de forma natural en el jardín, algo tendrán que ver las gentes de agrícolas y
biología. Su distribución está donde alcanzan los vientos alisios del noreste,
en el caso de Tenerife toda la franja norte, desde los 600 hasta los 1200
metros de altitud aproximadamente.
Cuando pases
por allí fíjate en los árboles que están pegados a la Facultad de Derecho, del
lado del tranvía. Son pocos, no llegan a diez. Pero son suficientes para
hacernos una idea de la biodiversidad de ese monte tan antiguo y maltratado. Si
te animas puedo contarte un par de secretos que sé de oídas sobre cada uno de
los árboles, ubícate en el mapa..
El primer árbol
que nos encontramos es el viñátigo, fácilmente reconocible porque sus hojas
alargadas, cuando envejecen, se vuelven rojizas.
Es pariente del
aguacatero, con la gran diferencia de que sus frutos son tóxicos. Aunque las
palomas rabiche y turqué se los comen sin sufrir aparentes efectos secundarios,
las ratas, sin embargo, parecen emborracharse tras mordisquear brotes y frutos,
dando tumbos entre la hojarasca del monte.
A continuación
aparece un pequeño laurel, algo sucio por el hollín del tráfico. Es uno de los
árboles más comunes de la laurisilva, que por cierto lleva su nombre. Para
reconocer un laurel tienes que fijarte en sus hojas, todas tienen unos bultitos
a cada lado del nervio central. ¡Inconfundible!
Las hojas del
laurel canario son usadas como condimento en la cocina, aunque son menos
aromáticas y más amargas que las de su pariente mediterráneo. Sin duda el mayor
uso que tuvo fue el de proporcionar madera para obtener leña y fabricar
utensilios agrícolas.
Pegado a su
tronco suele crecer un hongo parasitario que suelen llamar “madre del loro”.
Muy cerca del
laurel crece solitario y radiante un madroño canario. Su tronco es rojo anaranjado,
como si añorara los atardeceres de Teno.
Sus frutos se
asemejan a naranjas pequeñitas, de sabor amargo. Tras saborearlos, muchos
exploradores de la antigüedad creyeron haber encontrado el árbol de las
manzanas de oro que según la leyenda griega del Jardín de las Hespérides
otorgaba inmortalidad a quienes las comían.
No sé si el madroño llega a tanto, pero
ciertamente representa un manjar para muchos animales del monte. En épocas de
miseria servía para mantener distraído al estómago, pero tampoco te vengas
arriba a jartarte de manzanitas de oro, que tienen un 0,5% de alcohol, ¡Pal
mojito!
A pocos metros
del madroño aparecen dos ejemplares de palo blanco, que como su propio nombre
indica, tiene una corteza de color claro salpicada de puntos blancos. Aún así
también se reconoce fácilmente a través de sus hojas, cuyos bordes se hallan
plegados hacia el envés (hacia dentro).
Familia del
olivo, su madera es muy apreciada por su resistencia, y fue utilizada para las
labores más exigentes, como ser eje de carretas o estructura de barcos.
Y terminamos la
visita con tres ejemplares de faya, el gran conquistador de zonas degradadas.
Allá donde se abandone una finca, brezos y fayas tardarán pocos años en
asentarse y recuperar para el monte el terreno que siempre fue suyo. Con el
paso de los años darán paso a otras especies de laurisilva de crecimiento más
lento, como tilos, barbusanos o viñátigos.
Sus hojas no
son tan grandes como las de los árboles anteriores, y se reconocen fácilmente
por su borde aserrado, ligeramente ondulado.
Cuando el
hambre apretaba, en tiempos de posguerra, sus frutos, conocidos como creces,
sirvieron para elaborar una especie de gofio que ayudó a sobrevivir a alguna
que otra bisabuela.
Todos los
árboles que te acabo de mostrar son endemismos (sólo crecen en un lugar) de la
región macaronésica: Canarias, Azores, Madeira, Salvajes, Cabo Verde y una pequeña región
del noroeste africano.
Únicamente el
madroño es un endemismo Canario. Está claro, Jardín de las Hespérides sólo
puede haber uno.
Aquí termino.
Cuando pases por Guajara ven a visitar este lugar tan fascinante y trata de
reconocer los árboles. Es lo menos que les debes, recuerda que gracias a ellos
no sólo tenemos agua en los acuíferos y suelo fértil, además salvaron muchas
vidas en las épocas más oscuras de nuestra historia.
Hola. Me llamo Fernando Rodríguez y trabajo en la biblioteca de la ULL muy cerca de este jardín atlántico del que no tenía noticia (ni otros a los que he preguntado). Gracias a su post, muchos canarios y, entre ellos, muchos universitarios laguneros sabrán de esta iniciativa de los jardineros del campus de Guajara. Las compañeras que gestionan los blogs y redes sociales del Servicio de biblioteca se han hecho eco de la noticia. Le invito a visitar el jardín en unos meses porque creo que se llevará alguna sorpresa.
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