Más de 400 perros viven rescatados en Adepac |
La
Laguna tiene 150.000 habitantes. Al menos desde un punto de vista
antropocéntrico es así. Pero yo lanzo un reto, trata de pensar durante unos
minutos en los miles de animales no humanos con los que compartimos nuestras
vidas.
Porque
ahí están los perros, hijos nuestros, guardianes o compañeros de caza;
los gatos caseros y asilvestrados; bueyes, mulas y caballos, vestigio de
actividades antaño cotidianas... Son los animales domésticos, algunos de ellos
considerados de compañía.
Ahora
planteo una pregunta incómoda, ¿cuáles de ellos merecen nuestra protección?
Está claro que los animales humanos encabezamos la lista, muy cerca de las
mascotas de nuestros hogares. La mayoría ponemos el límite aquí: el resto son
objetos, recursos que no demandan consideraciones éticas.
Hace
décadas se abrió una brecha en esta frontera. Surgieron quienes reclamaban
“derechos” a los animales poseedores de autoconciencia, como los delfines y
algunos primates. Un animal consciente de su existencia se deprime cuando es
confinado en una jaula, siente tristeza cuando es separado de su madre. Piensa
en la vida de un chimpancé o un delfín cautivo en ese sitio tan famoso.
Ahora
bien, ¿es necesario ser inteligente o autoconsciente para ser capaz de sentir
alegría, tristeza o dolor? Un perro quiere a su cachorro y siente ansiedad
cuando su compañero humano no aparece. También sufre agonía y miedo por las
úlceras infectadas gracias la cadena que lo ata en la finca, o cuando
desfallece deshidratado en la cuneta de una carretera.
Si
somos animales que sufrimos dolor físico y emocional; si obtenemos felicidad
cuando hallamos la compañía adecuada, deberíamos sentirnos responsables y
tratar de evitar el sufrimiento ajeno, humano o no.
Yo
lo tengo claro, me educaron para ser una persona compasiva (olvídate de las
connotaciones religiosas). No es más que sentir empatía hacia quien sufre,
ayudando como un igual.
En
base a estas ideas imagino un municipio diferente. Y me refiero a La Laguna no
porque sus políticas de protección a los animales domésticos sean peores que
las de otros lugares, sino porque simplemente soy vecino de La Cuesta.
Empecemos
con lo más visible, los perros abandonados. Entidades como Adepac o Valle
Colino están saturadas de perros y gatos que no aparecieron por arte de magia
en las calles. ¿Qué relación tiene esta situación con el negocio de las tiendas
de mascotas, que venden cachorros como si fueran juguetes? Es el momento de una
política municipal que apueste decididamente por la búsqueda de hogar para
estos animales. Para ello sería necesario que dejaran de exhibirse físicamente
en las tiendas y así evitar la compra compulsiva, caprichosa. Una buena medida
para estimular la adopción racional, responsable, sería la venta de mascotas a
través de catálogos, donde también estuvieran obligados a incluir a los
animales de los albergues.
Al
mismo tiempo aumentaría la cantidad de eventos donde estas entidades pudieran
promocionar a los animales, ya que suelen estar en sitios bastante alejados de
los núcleos urbanos. Como ejemplo, el evento canino que realizó el Ayuntamiento
de Santa Cruz hace unas semanas, donde 17 perros de Valle Colino encontraron
familia.
Por
desgracia, gran parte del maltrato animal no ocurre en situaciones de abandono,
sino bajo la custodia de un dueño. Perros atados al sol, sin agua, días enteros
sin supervisión, con pan duro; podencos disparados cuando ya no sirven para
cazar...
Castigar
a estos criminales requiere muchos más agentes de Policía Ecológica y
Medioambiental que los disponibles actualmente en la Policía Local. Están
saturados de denuncias y no pueden actuar con la rapidez necesaria,
saliendo los maltratadores impunes la mayoría de las veces.
A
veces creemos que los animales domésticos aguantan todo, al estar acostumbrados
al trabajo con humanos. Piensa en la Romería de San Benito, en pleno julio.
¿Hay algún tipo de control veterinario sobre el terreno para certificar que las
condiciones meteorológicas y de esfuerzo físico garantizan el buen estado del
animal? No hablo de prohibir nada, sólo digo que es posible divertirse sin
tener que llevar a un animal al límite.
El
verano pasado en Garachico un buey se desplomó debido al sobreesfuerzo físico.
Cargaba una carreta de 30 personas. Ese mismo buey en Tegueste soporta un
límite de personas menor, ¿dónde está la lógica? Para evitar el estrés y el
sufrimiento innecesario necesitamos que todos los ayuntamientos establezcan una
normativa unificada, con presencia veterinaria y policial que vele por el buen
estado de los animales.
¿Recuerdas
los camellos hacinados en un camión? Algunos participaron en la cabalgata de
Reyes de Tejina. ¿Es fundamental la presencia de estos animales para mantener
la ilusión de los niños? Por suerte cada vez hay más cabalgatas que usan
espectáculos audiovisuales o personajes de ficción conocidos por los más
pequeños. Ninguno de ellos sale trastornado por no ver un camello, te lo
aseguro.
En
territorio municipal se encuentra el centro de recuperación ambiental La
Tahonilla. Allí recogen y rehabilitan animales silvestres heridos, y cuando es
posible son liberados. Esta debería ser en realidad la función de los
zoológicos: conservar especies amenazadas, con el fin último de devolverlas a
la naturaleza cuando sus hábitats se hayan recuperado. ¿Es ese el fin de los
zoológicos que has visitado? Me encantaría que los alumnos de los colegios
visitaran la Tahonilla, y presenciaran la liberación de tortugas y pardelas. No
deberíamos acostumbrarles a ver orcas y gorilas encerrados. El cautiverio y los
“shows” no forman parte de la vida animal.
En
definitiva, creo que podemos construir un municipio menos hostil para nuestros
vecinos no humanos. Muchas veces acusan a quienes luchamos por la protección
animal de estar olvidando problemas sociales más urgentes. Les aseguro que no
es mi caso: como antes dije, la compasión también me alcanza para los humanos.
La
mayoría de las medidas citadas en este artículo no supondrían mucho dinero, ni
tardarían mucho en implantarse. Les aseguro que no competirían con los
presupuestos sociales. Es triste, pero es más la barrera mental de muchas
personas que otra cosa. Cambiemos el chip, por nuestros otros vecinos.
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